El prestigio de la
Formación Profesional en España
“La Formación
Profesional es el punto limpio del sistema educativo actual”. Con estas
duras y concisas palabras se despachaba un profesor de Secundaria, al ser
preguntado por su opinión ante la situación difícil de un alumno de su centro,
que había sido encaminado a cursar un grado medio de Formación Profesional, por
las malas calificaciones obtenidas en el último curso.
Aunque sea duro admitirlo para nosotros, es cierto que todos
pensamos en la Formación Profesional como el último recurso de nuestro sistema
antes de abandonar los estudios, al igual que tenemos la percepción de que en
estos estudios sólo encontraremos a los alumnos que han sido “desechados” por
el camino “normal”. Los esquemas que siempre nos muestran con los itinerarios
formativos, parecen poner de manifiesto que la Formación Profesional ocupa el
último de los lugares en la mente de todos aquellos que nos dedicamos a la
enseñanza.
¿De todos? Bueno, quizás no, como la aldea de Astérix y Obélix
hay un pequeño grupo de personas que han entendido que la sociedad actual está
necesitada de personas que sean capaces de especializarse en un aspecto concreto,
en muy poco tiempo. Así están empezando a proliferar centros privados
especializados principalmente en enseñanzas de ciclo superior, e incluso como
en el caso de Pozuelo de Alarcón, un instituto ha sido reconvertido y destinado
específicamente para enseñanzas de Formación Profesional.
Varios estudios apuntan a que la mayoría de los estudiantes
que tenemos hoy en día, cuando se incorporen al mercado laboral, trabajarán en profesiones
que no existen aún. Por tanto, debemos preguntarnos ¿para qué estamos formando
a nuestros alumnos? ¿Qué sentido tiene encaminarlos a una carrera de cuatro
años como mínimo? Probablemente cuando salgan al mercado laboral se encontrarán
en un entorno súper competitivo, en el que se verán abocados a realizar un
trabajo que nada tiene que ver con lo que estudiaron, o bien a realizar, ahora
sí, un curso de especialización en una materia concreta, un máster, un
posgrado, que les permita optar a esos nuevos puestos de trabajo para los que
los conocimientos de la carrera de poco le servirán.
No se entienda esto como una invitación al abandono de las
carreras universitarias. Es cierto que nuestra sociedad no sería la misma sin
médicos, sin matemáticos, sin químicos, sin abogados, o sin filósofos, por
citar sólo unas pocas profesiones. Pero creo que hay que poner el foco en la
realidad, en una realidad que ya no es un futuro, sino un presente y casi un
pasado. Las nuevas profesiones ya están aquí: programador de videojuegos, community manager o incluso youtuber, son claros ejemplos.
Está muy claro que la Formación Profesional puede responder
de una forma mucho más ágil a las necesidades de un entorno tan cambiante, por
no mencionar la ventaja competitiva que supone el hecho de poder incorporarse
al mundo laboral con una titulación, desde cinco años antes en el caso de la
Formación Profesional Básica, o los cuatro en el caso de los ciclos medios,
hasta los dos años antes de los ciclos superiores, comparados con las carreras
universitarias más cortas. Otro valor añadido que ofrecer al mercado laboral,
ya que si una persona, por ejemplo realiza un grado medio, se pone a trabajar y
realiza mientras un grado superior, podrá con 20 años, tener una titulación
superior y una experiencia profesional en el sector de dos años. Algo nada
desdeñable en cualquier proceso de selección.
Y llegamos al quid de la cuestión. Si esto es así, ¿por qué no
hay más jóvenes que elijan este camino? La respuesta está clara: prestigio.
La Formación Profesional, como ya hemos mencionado, ha sido
tradicionalmente vista como una salida para aquellos alumnos que no querían o
no sabían estudiar. Nada más lejos de la realidad. Hoy en día, cualquier título
significa tu habilitación para ejercer una profesión, pero también, el inicio
de una vida de estudio que nos permita mantenernos actualizados y mejorar en
aquello que sea nuestro desempeño.
Por tanto, es el prestigio y sólo el prestigio que se le da
a las carreras universitarias, frente a la Formación Profesional, lo que nos lleva
como sociedad a tratar estas titulaciones como de segunda categoría, cuando en
realidad pueden ser la solución a muchos de los problemas de desempleo y
competitividad que hoy afrontamos.
Y ¿por dónde empezar? Pues por los propios centros
educativos. Es necesario prestigiar estos títulos entre los alumnos para que
los consideren como una salida plausible. Y para ello es necesario hacer antes
una labor de concienciación del resto de la comunidad educativa.
En una conversación de pasillo en un centro de secundaria,
bachillerato y formación profesional, se pudo escuchar como un miembro de la
junta de evaluación de bachillerato le decía a un profesor de ciclos
formativos: “este año está siendo muy malo, tenemos muchos candidatos para
vosotros (formación profesional) para el año que viene”. Ante esta afirmación
el profesor de ciclos dijo: “llegará el día en que esa frase te al diga yo a ti”.
Esto demuestra como los propios profesores, en este caso el de bachillerato, son
los primeros que deben entender esta nueva realidad. Tenemos que arrancar de raíz
la creencia establecida e implantar un nuevo criterio, basada en el alumno, en
sus capacidades específicas, en su propia motivación, para que ellos mismos,
desde el ejercicio de su libertad, basada en el conocimiento de todas las
opciones, decidan su propio itinerario académico.
Por otra parte tenemos las familias, que en muchas ocasiones
por tradición, en otras por un legítimo, aunque mal entendido, deseo de que los
hijos tengan una profesión “de provecho”, o en la mayoría por seguir el statu quo social, encaminan a sus hijos
hacia la Universidad en vez de hacia lo que les puede hacer felices.
También las direcciones de los centros, para quienes, aunque
en el Programa Educativo del Centro destaquen la Formación Profesional como un
itinerario a la par que el Bachillerato, encontramos que en la realidad separan
a los alumnos de Formación Profesional de estos últimos, manteniendo para ellos
horarios distintos, esquemas distintos de participación en actividades del
centro o incluso separándolos durante los descansos entre clases.
Es necesario por tanto reintegrar a los alumnos de Formación
Profesional en el mismo espacio que los alumnos de Bachillerato, además de
ofrecer información a todos los alumnos sobre las diferentes salidas
profesionales en el momento adecuado. Desde los últimos cursos de la ESO
debería informarse a los alumnos de todas las opciones, incluida la Formación
Profesional, manifestando las diferentes ventajas e inconvenientes de cada una.
Incluso podría ser un buen argumento para una sesión de debate entre los
propios alumnos.
Por último nos encontramos a los empresarios, directores de
recursos humanos y seleccionadores de personal. Ellos son quizás los que más
claro lo tienen y en muchos casos y en función de los puestos, prefieren una
persona que haya realizado una Formación Profesional específica, a un titulado
universitario. Al profesional poco o nada deberán enseñarle sobre el desempeño
de su trabajo y su formación en la empresa se limitará a la cultura empresarial
y los procedimientos específicos. Mientras, al universitario, es posible que
haya que formarle más específicamente.
Por último, podemos señalar al modelo económico propio de
nuestro país. Algunas personas me han dicho que la Formación Profesional en
España no funciona porque nosotros no somos Alemania, no tenemos un tejido
productivo que necesite de tantos profesionales como allí. Bien, esto quizás
fuese cierto hace unos años, pero como ya hemos visto, las profesiones están
cambiando y hoy en día, nuestro país, cuyo principal soporte económico es el
sector servicios, tiene necesidad de incorporar nuevas profesiones y
profesionales que lo hagan más productivo y atractivo para la inversión.
Por no hablar de los beneficios que conllevaría para el
Estado la incorporación temprana de los ciudadanos al mundo laboral, con lo que
supondría respecto a las cotizaciones e impuestos sobre la renta, que son la
principal base de nuestro sistema de bienestar. Por ello, bien haría el
Gobierno en preocuparse por prestigiar y fomentar la Formación Profesional, en
especial la Dual, por la que los alumnos realizan sus prácticas en centros de
trabajo a la vez que se forman. Sería necesario que el Estado favoreciese la
incorporación de este modelo en el tejido empresarial, fomentando mediante
exenciones de impuestos y otros incentivos, que las empresas dispusieran de
formadores en sus propias instalaciones que asumieran el papel de tutor de los
estudiantes.
Está claro por tanto, aún queda un largo camino que recorrer
para que el prestigio de la Formación Profesional sea una realidad equiparable
o superior al de la Universidad.
Prestigio. ¿Por qué es importante el prestigio? El
prestigio es la antesala de la motivación. Y la motivación es el factor
exponencial de la fórmula del éxito. Si tenemos una Formación Profesional
prestigiada en el ámbito familiar, académico y social, nuestros alumnos estarán
motivados y sus tasas de éxito serán mayores. Pero sobre todo, serán más
felices, ya que estarán haciendo aquello con lo que realmente se sienten
satisfechos y realizados.
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