miércoles, 11 de abril de 2018

LA DERIVA EN EDUCACIÓN


INTRO

Si bien es cierto que hay material más que suficiente para escribir un interesante post sobre cuál ha sido la deriva de la educación -con sus distintas teorías, escuelas, leyes y reformas- en las últimas décadas, este post no va sobre eso. No trata pues de la deriva de la educación a lo largo de la historia, sino de la deriva del individuo como herramienta formativa. La deriva en el tiempo y en el espacio. En la vida.

Cuando un barco va a la deriva se intuyen problemas. Lo mismo que cuando una persona va a la deriva: decimos que ha perdido el rumbo, está perdida. Es algo claramente negativo.


¿Y si no lo fuese tanto? O al menos, no del todo…


I. DERIVAR

Veamos, antes que nada, la definición de derivar. Encontramos dos acepciones principales:

1. Tener [una cosa] su origen en otra.
2. Desviar o desviarse [una cosa] hacia otro lado, cambiar su dirección.

Aparentemente, al menos desde el punto de vista semántico, no parece tan malo.  Suena a cambio, evolución…

Y nos damos cuenta, entonces, de que quizá esa connotación negativa venga de la idea de abandonar el camino marcado, previsto, establecido. De no seguir la línea recta. De “perder el tiempo”. De que todas nuestras acciones no se encaminen a un fin práctico y último. De que no respondan a la hoja de ruta acordada.


En su libro El Cisne Negro: El Impacto de lo Altamente Improbable, Nassim Nicholas Taleb explica que en nuestro mundo actual, interconectado, complejo y extremo, en el que la información circula a toda velocidad y en todas las direcciones, es cada vez más posible cruzarnos con un Cisne Negro en el camino. Y ese evento puede cambiar nuestra vida.

Antes del siglo XVII, los europeos no tenían ningún motivo para pensar que podía existir un cisne negro pues no había registros históricos de un cisne cuyas plumas no fueran blancas. Hasta que llegaron a Australia en 1697 y el descubrimiento de una sola ave con plumas negras acabó con siglos de evidencia empírica. Este hecho ilustra una grave limitación de nuestro aprendizaje a partir de la observación y la experiencia y, por ende, la fragilidad de nuestro conocimiento.

Hay muchas cosas que no somos capaces de predecir, pero que pueden cambiar nuestra vida por completo.

La idea central del libro es nuestra ceguera respecto a lo aleatorio. Lo sorprendente, según el autor, no es la magnitud de nuestros errores de predicción, sino la falta de consciencia que tenemos de los mismos. Pasamos gran parte de nuestra vida preocupados por el futuro, tratando de anticipar lo que sucederá, con el fin de proteger a nuestras familias y maximizar nuestras oportunidades. Pero la realidad es que fallamos una y otra vez.


En otro de sus artículos, Why I Do All This Walking or How Systems Become Fragile, Taleb habla de la necesidad para el ser humano de la presencia en nuestras vidas de estresores -situaciones puntuales desencadenantes de un alto nivel de estrés- como forma natural de comportamiento:

“Los organismos necesitan, usando la metáfora de Marco Aurelio, convertir los obstáculos en combustible…

…Y así somos, los humanos, tuvimos que ser diseñados para experimentar el hambre extrema y la extrema abundancia…

…Una persona que no haga frente a estos estresores, no sobrevivirá el día que se tope con ellos.”

Lo antinatural –dice- es la regularidad, que nos hace más frágiles y vulnerables ante las circunstancias imprevistas de la vida:

“La regularidad nos hace mucho más frágiles en todos los campos. Previniendo pequeños incendios forestales preparamos la tierra para otros mucho más extremos; distribuyendo antibióticos cuando no es estrictamente necesario nos hacemos mucho más vulnerables a epidemias más severas.”

Quizá, divagar no sea una pérdida de tiempo, sino una forma diferente de vivirlo, de dejarse llevar por lo aleatorio e imprevisto de nuestras vidas. De aceptar esa parte que no se puede controlar.


Harry R. Lewis -decano de Harvard- decía lo siguiente en su discurso de bienvenida (posteriormente publicado con el título de Slow Down: Getting More out of Harvard by Doing Less) a los recién ingresados alumnos de primero:

“Es posible que tengáis más posibilidades de éxito en lo referente a las cosas que serán más importantes para vosotros si entráis en Harvard con la mente abierta sobre las posibilidades disponibles ante vosotros, pero gradualmente empleáis más tiempo en menos cosas que descubrís que verdaderamente amáis…

… Las relaciones humanas que vais a forjar fuera de la rutina estructurada, con vuestros compañeros de habitación y amigos, pueden tener una influencia mayor en vuestra vida futura que el contenido de muchas de las asignaturas que vais a cursar…

… Por supuesto que os daremos notas y expedientes académicos como forma de atestiguar gran parte de lo que vais a hacer aquí, pero mucho de lo que conseguiréis, incluyendo muchas de las más importantes, gratificantes y formativas cosas que haréis, no quedarán registradas en ningún trozo de papel que os podáis llevar con vosotros, tan sólo como huellas en vuestra mente y vuestra alma.”

No deja de ser paradójico que una de las universidades más prestigiosas del mundo aliente a sus alumnos a no centrarse exclusivamente en sus estudios y a tener la mirada puesta en otras cosas (como los amigos o los hobbies) que, a la larga, pueden resultar más importantes para el futuro desarrollo de la persona. Aunque tampoco podemos descartar que haya un cierto interés por parte de la institución en maquillar un problema que vienen sufriendo las universidades de élite americanas en los últimos años… pero eso es otro tema.


II. VIAJAR

Como decía Ivan Illich,

“El conocimiento está en todas partes, de manera que no sólo la escuela nos puede educar, sino que todo nos puede provocar un aprendizaje.”

Para los discentes, la escuela es, en muchos casos, sinónimo de trabajo, de obligación, de incongruencias y, la mayor parte de las veces, de aburrimiento. Cuando se viaja, el concepto de aula se transforma y el proceso formativo se apoya en el Learning by Doing, o mejor dicho, en el Learning by Living. Aprender haciendo y viviendo.


Si aceptamos el papel educador fundamental que supone vivir en el mundo, en sociedad, entenderemos que ese agente educador será mucho más potente, más rico, cuanto más amplio sea el espectro y más extremos los contactos.

Viajar –y especialmente viajar solo y sin un plan trazado de antemano- permite desarrollar la capacidad resolutiva de forma segura y autónoma. El tema no pasa por educar de una forma blanda o rígida, sino de dotar de las herramientas y destrezas suficientes para tener la capacidad de enfrentar cualquier situación adversa en la vida.


Según Eva Millet,

“Ser feliz requiere carácter, y los hijos no sólo necesitan conocimientos académicos sino habilidades como son la valentía, la empatía y la curiosidad.”

Y qué mejor forma de adquirir dichas habilidades que viajando, perdiéndonos por el mundo, aceptando nuestra propia vulnerabilidad y encontrando respuestas inesperadas en lo que nos rodea y en nuestros semejantes.


III. CAMINAR

La unidad de ejecución más básica y sencilla de la deriva.

En palabras del filósofo José Sánchez Tortosa,

“Vagar sin rumbo es la materialización de la libertad, que sólo es posible como liberación de toda finalidad.”

Supone una forma nueva, diferente de experimentar el entorno: una manera distinta de relacionarse con la realidad.


Aparte de los indudables beneficios físicos que aporta caminar, existe una doble dimensión presente en este acto que va más allá de lo meramente físico. En primer lugar, el valor filosófico de pasear, que estimula nuestra capacidad de ensimismamiento y de reflexión. Y en segundo lugar, la necesidad de interrogarnos que sentimos mientras andamos, de sentirnos alejados de la corriente general. Caminar nos da libertad lo mismo que el pensamiento.


El paseante a la deriva por antonomasia es el flâneur de Baudelaire, mitificado e intelectualizado por Walter Benjamin. Este personaje recorre en solitario las calles de París, observando en silencio, sin establecer ningún tipo de vínculo o relación con nada ni con nadie. Existe una distancia entre observador y objeto observado, una actitud de extrañamiento ante el espectáculo urbano. El hábitat natural del flâneur es la ciudad, a diferencia del excursionista clásico que siente predilección por el campo y los espacios abiertos. Caminar y observar como forma de aprendizaje.

Según José Muñoz-Millanes -profesor de Literatura en la NYU-,

“Para potenciar la atención es necesario que el flâneur esté totalmente desocupado: que pasee sin prisas, sin rumbo fijo, sin destino u objetivo y que mire muy de cerca lo que le rodea. Yo asociaría la flânerie, más que con la ligereza, con la disponibilidad de la atención.”


Como contraposición a este deambular azaroso, Guy Debord -fundador de la Internacional Situacionista- elabora en 1956 la Teoría de la Deriva, encaminada a la creación de una ciencia: la Psicogeografía. El procedimiento consiste en la creación de desplazamientos transitorios de carácter urbano e industrial, desde los que el individuo vive una aventura a través de la vida diaria. Su atención se va a centrar en las emociones suscitadas por los distintos ambientes urbanos, más que con la funcionalidad de los mismos.

Citando al propio Debord:

“De esta manera, una forma de vida poco coherente, al igual que ciertas travesuras consideradas equívocas que han sido censuradas siempre en nuestro entorno, … manifestarían una vivencia más general, que no sería otra que la de la deriva.”


Tanto el deambular como práctica artística (en el caso del flâneur de Baudelaire y Benjamin) o como práctica intelectual (especialmente para los situacionistas franceses), viene íntimamente ligado a la ciudad, al contexto urbano y al concepto de psicogeografía. Se trata de la composición de un mapa sentimental, propio y único entre la persona y su entorno, generado a partir de las relaciones creadas entre ambos.  Se trata al fin y al cabo de un proceso de autoconocimiento, de creación de una geografía interna, propia y personal.


Similar aproximación utiliza el colectivo STALKER al recorrer las áreas marginales, los vacíos urbanos y los espacios abandonados de la periferia de Roma. Su interés se centra en los diferentes modos de percepción a través de acciones sobre el territorio. Entienden la acción de atravesar, como un acto creativo que permite establecer relaciones con la contradicción que suponen los espacios negativos de la ciudad construida: lo indefinido, lo intersticial, lo que no pertenece.


Como refiere Gloria Lapeña Gallego,

“Moverse a pie y sin seguir el trazado ideado por el urbanista supone escapar de la normalización y el control de la ciudad. Es por ello que adquieren un perfil subversivo que denuncia el conformismo, la estabilidad y la inclinación sedentaria de la sociedad de consumo.”

Podemos equiparar este modo de desplazarse por la ciudad con cómo nos movemos por la vida: podemos entenderla como un itinerario prefijado, decidido, en el que sólo podemos avanzar por las vías trazadas; o como una azarosa concatenación de situaciones y experiencias, cuyos desenlaces y consecuencias escapan –en la mayoría de los casos- de nuestro control. Nuestra predisposición cambia dependiendo del planteamiento.


Como dice Julio Llamazares en su artículo La mística del paseante:

“Caminar, en el contexto del mundo contemporáneo, podría suponer, al decir del francés David Le Breton, una forma de nostalgia o de resistencia, puesto que no deja de ser una pérdida de tiempo. Y perder el tiempo es un gran pecado, o cuanto menos una equivocación, en esta sociedad de urgencias y de disponibilidad absoluta para el trabajo o para los demás.”


OUTRO

¿Qué entendemos como proceso de formación de la persona? ¿Para qué sirve formarnos si no es para vivir de la manera más plena, coherente y lúcida posible? Se podría entender como el acto de ir asimilando conocimientos y experiencias, e ir incorporándolos a una estructura de valores. Una especie de puzzle incompleto, sin límites definidos y en constante cambio.

De este modo, a lo largo de su vida la persona irá encontrando piezas sueltas del puzzle para, más tarde, intentar encajarlas del mejor modo posible, para dar lugar a un todo coherente (de lo particular a lo general). Resalta así la importancia del proceso como operación generadora y de definición, son dos caminos que deben darse en paralelo: las vivencias como piezas que conforman una obra mayor (una estructura vital, un orden de valores), pero también –y al mismo tiempo- como herramienta que permite dar forma a la estructura compositiva de dicha obra; la trama en la que nuestras piezas irán encontrando su lugar, irán encajando.

Si nos inculcan un esquema general previamente diseñado, impuesto en cierta forma, podremos ir encajando las piezas, una a una, pero llegará el día en que algunas no encajen o al menos se produzcan fricciones incómodas entre algunas de ellas. Por no hablar de la ausencia de sentimiento de realización proveniente de la construcción por uno mismo (aunque sea de forma inconsciente) de esa obra de orden superior.


Debe existir la posibilidad de jugar con las piezas, de ir agrupándolas de pocas en pocas, formar grupúsculos. Después intentar juntar grupúsculos entre sí –o no-; los límites de contacto entre ellos cambiarán, algunas piezas pasarán de uno a otro, otras crecerán, otras, simplemente, desaparecerán. Todo esto sucederá de una forma natural, por puesta en práctica, por experiencia directa. Nos quedaremos con lo que nos valga e iremos desechando lo inútil o lo que no se adapte.

Se irá conformando la persona poco a poco, mediante el laborioso proceso continuo de contrastar y encajar todos esos pequeños elementos que son cada una de nuestras experiencias, vivencias, conocimientos, virtudes, defectos, sueños… En este proceso, cada una de esas uniones –que será tanto más fuerte como vínculos de relación tenga con su entorno- tendrá una lógica y un sentido propios para la persona.

Otra idea a tener en cuenta es que el puzzle siempre estará incompleto, inacabado. Siempre deberá estar abierto a mutación, a adaptación, a cambio. Las nuevas piezas que lleguen, deberán acomodarse, encontrar su sitio; por lo que todo lo existente previamente deberá también acomodarse, moverse, cambiar. Uno empieza a visualizar estas piezas, no ya como elementos geométricos rígidos, sino como elementos líquidos, plásticos, de límites permeables. Cada pieza parece así disponer, a su vez, de la capacidad de derivar, de migrar dentro de su propio universo.


A pesar de aceptar este carácter indefinido e incompleto, cada paso intermedio de este organismo tendrá sentido en sí mismo, será una herramienta útil en cada momento. Abandonamos así la idea de una estructura provisional, inútil hasta el momento de la consecución de un objetivo previamente marcado, una meta. Por el contrario, cada fase, cada etapa, es autónoma en sí misma; temporal pero definitiva y válida al mismo tiempo.

La construcción de esta estructura general a través de lo particular requiere tiempo y paciencia. Hace falta una vida. No se persiguen resultados; tampoco se evalúa, ni se puntúa, ni se marcan pautas o notas mínimas. No se espera encontrar la línea recta para llegar de A a B; ni siquiera se sabrá en muchos de los casos si realmente queremos llegar a B o si B existe. Tan sólo se trata de que cada persona sea capaz de desarrollarse, de formarse, de una manera autónoma, personal e independiente.

Siendo coherente con el contenido del post, lo que aquí se pretende dista de querer llegar a conclusión alguna. Sólo derivar y plantear dudas posibles.

lunes, 26 de febrero de 2018

Inteligencia Emocional: Ventajas



                VENTAJAS DE APLICAR LA INTELIGENCIA EMOCIONAL EN LAS AULAS


   El objetivo de este post no es definir qué es la inteligencia emocional que ya hemos estudiado en el curso sino centrarnos en los hábitos de las personas con un alto coeficiente emocional. De este modo, podremos ver las cualidades que podrían alcanzar nuestros estudiantes y las ventajas que tendría incluir la inteligencia emocional en el ámbito educativo. 

   Los sentimientos y emociones en nuestra vida cotidiana juegan un papel relevante en decisiones importantes de nuestra vida. Influyen en nuestros éxitos o fracasos así como en los cambios que experimentamos a lo largo de nuestra vida. Así, podemos afirmar que las emociones dirigen nuestras decisiones y todo esto ocurre sin ser realmente conscientes de ello. 

   Por lo general, a las personas les cuesta tratar temas abstractos y el campo de los sentimientos es uno de ellos. No es fácil mirarse a sí mismo y llegar a conocerse. Identificar las emociones y sentimientos y ser capaz de expresarlos en palabras es una tarea ardua. Si se trata de un asunto complejo en el mundo de los adultos, imaginémonos en los adolescentes. Sin duda alguna, es un campo poco explorado y consideramos que podría resultar interesante y provechoso ser capaces de potenciar el reconocimiento y control de estas emociones. De esta manera, sería beneficioso llevarlo a la práctica en las escuelas con el fin de aprender desde pequeños a hablar de sentimientos y emociones, lo que nos conduce a llegar a conocernos a nosotros mismos y a los demás. 

   Antes de todo, es importante ser conscientes de que no existe correlación entre el coeficiente intelectual y el coeficiente emocional. Se puede ser un genio y “suspender” en emociones. Y al contrario, se puede ser un estudiante mediocre y llevar una vida emocional plena. Claro está, son dos ejemplos extremos. 

   A continuación, presentamos las ventajas que supondría potenciar la inteligencia emocional en los jóvenes. Para ello, vamos a presentar una serie de hábitos que definen a las personas con alto desarrollo de inteligencia emocional. Hemos hecho una selección de las principales cualidades.

                             

                                    Nueve hábitos que demuestran inteligencia emocional 


  • Identificación y expresión de sus sentimientos: Las personas con alto coeficiente emocional disponen de un vocabulario amplio para hablar de un tema abstracto y complejo como es el de las emociones. Con el desarrollo de la expresión emocional obtendrán un mayor control. Esto permitirá que sean dueños de sus sentimientos. No solo acabarán consiguiendo expresarlos con facilidad sino que se verán capaces de identificar y entender los sentimientos en otras personas potenciando de esta manera la empatía. 

  • Fortaleza y confianza: las personas con alto coeficiente emocional destacan por su fortaleza y firmeza ante comentarios ajenos. No llevan los comentarios al terreno personal. Al contrario, adoptan una actitud que les permite no verse afectados por comentarios negativos cuyo único fin es hacer daño. Por otro lado, sí aprecian positivamente y muestran interés por toda crítica constructiva. Este rasgo es sin duda una señal de madurez de la persona.

  • Su actitud ante el error: las personas inteligentes emocionalmente se caracterizan por una actitud diferente ante el error. Más que una visión negativa, llegan a tener una visión positiva dado que el error es considerado un elemento clave en el aprendizaje de las personas. Sin error, no hay aprendizaje. Esta visión positiva y provechosa del error hace que las personas entiendan y acepten sus errores con mayor facilidad. Así, estamos potenciando la humildad y la sinceridad. En el aula, conseguiríamos así que nuestros estudiantes comprendiesen sus errores y los aceptasen. 

  • Aceptación de sus limitaciones: Son personas más realistas. Saben que la perfección no existe. Las expectativas son más realistas y, por tanto, hay más posibilidad de alcanzar el éxito y evitar sentimientos de frustración, decepción y fracaso. 

  • Aprecio por lo que tienen: También, tenderán a valorar su situación actual. Dan valor a las experiencias que la vida les ha aportado y a todo lo que han conseguido, en lugar de pensar en todo lo que no tienen. Evitando así, ese sentimiento de frustración antes mencionado. 

  • Reconocimiento de personas tóxicas: Como hemos visto en el punto primero, al potenciar su capacidad de reconocimiento de sentimientos propios y ajenos estamos desarrollando que sean capaces de identificar a sujetos tóxicos y tomar la decisión de mantenerse alejados de ellos. Personas con bajo coeficiente emocional pueden estar acompañadas de personas que a diario les proporcionan inputs negativos y una visión negativa de la vida pero no son capaces de tomar la decisión de apartarse de estas personas. 

  • Conocimiento de sí mismo: esto les permite conocer sus fortalezas y sus debilidades, sus virtudes y sus defectos. Si se alcanza este punto, es posible tomar medidas e intentar cambiarse a sí mismos, de mejorar. No les asustan los cambios. Entienden la vida como un camino donde se producen cambios constantemente y se tiene una actitud positiva ante esta incertidumbre. Los cambios que se van produciendo les permite seguir creciendo como personas. 

  • Dueños de su tiempo y energía: Las personas inteligentes emocionalmente son capaces de gestionar su tiempo estableciendo horarios, definiendo objetivos y marcando las tareas. Son personas más organizadas y más resolutivas. Dirigen su energía a aquello en lo que tienen interés y les gusta. 

  • Saber decir No: Ligada a todos los puntos anteriores, las personas con alta inteligencia emocional que han alcanzado una madurez saben defender sus ideas y no verse arrastradas por otras personas en cosas que no quieren hacer. Decir No supone expresar un sentimiento que, por lo general, difiere del resto del grupo. Por este motivo, es un tema tan complejo. Por ello, en este punto vemos un poco de todas las características: expresar sentimientos, no verse afectado por comentarios negativos, alejarse de personas negativas...La madurez, en términos generales. 


   Por todo lo expuesto en este post, consideramos que es necesario llevar la inteligencia emocional a las aulas. Hemos visto cómo la inteligencia emocional va ligada a la madurez por lo que sería beneficiosa trabajar especialmente en la etapa adolescente. Una etapa que se caracteriza, no solo por el surgimiento de cambios físicos, sino también por la aparición de cambios de conducta y de la concepción del mundo que les rodea. A esto debemos añadir que es un momento de gran vulnerabilidad y dar unas pautas para desarrollar la inteligencia emocional será deseable. Les proporcionará firmeza, autoestima y confianza ante la vida.

El teatro en el aula

El origen del teatro se desplaza hasta el año 600 a.C, en las fiestas de Dionisio, dios del vino y la vegetación, en las cuales, un grupo de hombres se disfrazaban como sátiros –criaturas mitológicas: mitad hombre, mitad cabra-  y representaban historias. A su vez, el Ditirambo – coral lírico- cantaba el himno Dionisio acompañado por danzas.

Años después, hacia el 534 a. C., Tespis cambió drásticamente el Ditirambo y el teatro introduciendo elementos básicos como el prólogo, los discursos, máscaras, maquillaje y vestuario. Gracias a estas innovaciones, a Tespis se le conoce como el inventor de la tragedia porque marcó un énfasis trágico en los miembros del coro, a los cuales gradualmente convirtió en el primer actor de la obra, pues originariamente representaban participantes menos activos.


                     

A riesgo de parecer absurdo que, después de cerca de tres mil años de vigencia, alguien considere el Teatro como una innovación, máxime cuando en la mayoría de los centros de enseñanza se llevan a cabo dramatizaciones que dan prestigio. Es importante que el Teatro escolar no deba ser solamente el broche de oro con que termine el curso: puede y debe ser exprimido de tal manera que se convierta en el meollo de nuestro quehacer educativo.

En estos tiempos tan poco generosos, tan poco dialogantes, en los que el niño se siente solo, no ha de pedírsele que exprese exclusivamente su mundo interior, sino que escuche también. El gran problema de la sociedad en la que vivimos es que no sabemos escuchar. Tal vez hayamos generado esta sordera como refugio ante la invasión de mensajes que nos acosan continuamente. La actitud de nuestros escolares ha sufrido un acentuado viraje hacia horizontes hasta hace poco insospechados. El abuso de medios audiovisuales, si bien informa sus mentes con mucha facilidad, puede deformar su expresividad. El niño teleadicto de ahora no juega, no ríe, no compite con los demás: lo hace con y contra la máquina, contra el videojuego, contra el ordenador. Ha dejado de ser un emisor de emociones para convertirse en un mero receptor. Desgraciadamente, no de los conocimientos y las ideas naturales propias, sino de otras exteriores, inculcadas subliminal y programadas por personas que no pretenden educar en valores; solo contar lo que les es conveniente. En contraste, los niños nunca han estado mejores atendidos y más abandonados.



Entonces, la aplicación del teatro puede ofrecer un gran número de ventajas en los estudiantes que no sólo le ayuden en el ámbito escolar, si no, en el social también. Especialmente, en cuanto a la relación entre personas se refiere:

  1. Potencia las relaciones personales con sus compañeros y con los adultos, favoreciendo la formación integral del niño como ser social.

  1. Permite desarrollar las diferentes formas de expresión, desde el lenguaje hasta el movimiento corporal o la música. Además, se estimula el placer por la lectura y la expresión oral, perfeccionando la habilidad comunicativa de los más pequeños.

  1. Al perder el miedo a hablar en público, el teatro fomenta la confianza en uno mismo y aporta una mayor autonomía personal, ayudando a los más tímidos a superar sus miedos. Además, mediante la adopción de diferentes roles y personajes, el teatro es la mejor herramienta para que el niño pueda mostrar sus sentimientos e ideas, y haga público especialmente aquello que le cuesta verbalizar.

  1. Desarrolla la empatía, ya que enseña a los más pequeños a ponerse en el lugar de otras personas diferentes a ellos. Al ponerse en la piel de diversos personajes, los estudiantes pueden experimentar lo que se siente en situaciones que quizá no podrían haber vivenciado de otra forma.

Hacer del teatro un procedimiento transversal puede parecer difícil en un principio, pero es cuestión de asumirlo como una técnica pedagógica más. Complementando los libros de texto, las excursiones o los trabajos en grupo, las representaciones pueden convertirse en uno de los pilares de las clases

El teatro es un diálogo, un reto que estimula y transforma. Los alumnos, que no dejan de ser niños, lo necesitan para poder superar la superprotección familiar y la soledad producida por la exposición a los medios audiviovisuales con ordenadores y televisiones. Necesitan, además, superar problemas de confrontación social como la torpeza, pereza o inseguridad.

                             


Además, ¿quién no se ha emocionado nunca en el teatro cuando una obra le ha impactado de alguna manera? Todos - o casi todos- hemos pasado por ese momento en el que nos enfrentamos a algo personal y lo vemos reflejado en una obra -escrita o representada- que acaba haciéndonos reflexionar. 
Incluso, tomar decisiones. Nos abre la mente, el alma y los sentidos al mundo . 

No debemos olvidar que los alumnos sentados al día demasiadas horas. Las sillas son incómodas, demasiado estructuradas y les acaba favoreciendo a la pérdida de la concentración. Se ha demostrado en diferentes estudios, que las clases siguientes a Educación Física acaban desarrollándose más satisfactoriamente porque los alumnos han conseguido soltarse y despejarse lo suficiente como para tener la mente activa de nuevo. Es duro pasar tantas horas intentando centrarse en asignaturas que no a todo el mundo les motivan igual con métodos de enseñanza arcaicos. Por eso, el poder hacer clases  en las que los alumnos se muevan y se expresen hará que su mente esté más dispuesta a adquirir conocimientos nuevos y aplicarlos. Habrá días malos, en los que los alumnos puedan no tener ganar de trabajar por razones diversas pero, como actriz he aprendido a tener que trabajar con días buenos y, por supuesto también, con días malos. Porque los días no vienen como uno quiere, sino, como se dan. Está claro que uno hace de su día lo que le parece, depende de cómo se tome uno las cosas que se desarrollarán de una forma u otra, pero sentirse mal también es inevitable. Trabajar con este sentimiento también les ayudará a poder dosificarlo y lidiar con ello en su día a día. Es necesario, entonces, trabajar con la educación emocional con ellos. 


En resumen: el teatro puede ser una estrategia pedagógica motivadora y multidisciplinar, en la que todos los participantes han de ser protagonistas y autores flexibles y elásticos, valorando las opiniones de todos. Los alumnos acabarán conocimiento su propia voz y utilizar la palabra como el medio más noble de expresión, el uso de la expresión corporal y potenciar la lectura y corregir defectos de dicción. Por otro lado, por el hecho de enfrentarse a los problemas de los personajes, acaban aprendiendo a desarrollar la capacidad de enfrentarse a sus problemas en la vida fuera del aula. Por supuesto, no debemos olvidar que el uso de la imaginación hará que ésta se desarrolle notablemente. Ya sabemos lo mucho que podemos conseguir con una buena imaginación desarrollada…




Os dejo con este video de las famosas charlas TED que habla un poco de todo esto: