¿Tienes un alumno en clase con TDAH? Entonces es posible que le hayas visto comportarse de una forma excesivamente intensa o, por el contrario, puede que excesivamente apática. Esta catalogación en personas diagnosticadas con este trastorno es bastante común pero, ¿sabes por qué ocurre esto?
En los niños que padecen TDAH existe un déficit en la
regulación de la emociones, por tanto puede darse tanto un pico como el
contrario, unas veces por exceso, una híper expresión emocional, y otras veces
por defecto, un aplanamiento afectivo.
El procesamiento que las personas llevamos a cabo de la
información es emocional, es la emoción la que indica el nivel de energía que
impulsa, organiza, amplifica y atenúa nuestras conductas, por tanto, si tenemos
un problema en el manejo de las emociones es fácil entender la dificultad que
puede suponer para un alumno con TDAH prestar atención en innumerables ocasiones
dentro del centro escolar.
Los alumnos con TDAH pueden mostrar comportamientos, como
decimos, muy intensos, pueden mostrarse realmente insistentes cuando desean
algo, eufóricos si están contentos, o tener conductas y reacciones explosivas
si están enfadados, frustrados o sienten rabia, excesivamente tristes o sensibles
cuando algo les apena, etc., pero también mostrarse apáticos o cerrados debido
a bloqueos provocados por temor a algo desconocido o a pasar un mal trago. Esta
mala gestión emocional conlleva además dificultad en la comunicación y todo
ello sumado puede llegar a provocar trastornos afectivos como trastorno de
ansiedad o estados depresivos.
En definitiva, la principal conclusión y problema que podemos
sacar de todo esto, además de las implicaciones emocionalmente negativas y las malas sensaciones que supone para el afectado,
es que se crea un “ruido” superior a todo lo demás que impide que la persona
pueda apreciar otro tipo de cosas, es decir, la emoción desbordada, en un
sentido o en otro, va a ocupar demasiado espacio en la cabeza del niño,
impidiendo que este focalizarse en otros intereses, por muy prioritarios que
sean.
La puerta de acceso al aprendizaje es la emoción, es lo que
mueve a las personas, es la emoción la que despierta el interés por el mundo
que nos rodea, la curiosidad por lo desconocido, y en definitiva, la atención.
Si fijamos nuestra atención sobre algo que nos interesa es porque nos
proporciona una recompensa, un placer, o porque evita que padezcamos algo
negativo. Si algo no te importa, si no es significativo para ti, por norma
general no le prestas atención.
Trasladado esto al entorno del aula, entendemos que el
esfuerzo atencional en el alumno con TDAH está relacionado directamente con el
interés y la motivación que le proporciona una actividad, un contenido, un
estímulo o incluso una persona.
Por lo tanto, ¿cuándo obtiene buenos resultados dentro del
aula un alumno con TDAH? Cuando empatizan con su profesor, cuando existe un
clima agradable, de comprensión, cuando el alumno siente que es comprendido y
aceptado y además se le brinda un apoyo especial a sus necesidades y se
refuerza y valora su trabajo y su esfuerzo. Estos alumnos, al encontrar además
temáticas que sean de su interés llegan a mostrar un rendimiento muy alto, lo
que demuestra que no son alumnos que “no pueden” y que “fracasan”, como
desgraciadamente podemos ver a menudo en los colegios.
Los peores resultados en estos alumnos suelen observarse en
asignaturas donde el profesor no estimula la emoción, donde solo existe una
exposición de contenidos generalmente de manera monótona, donde no se realizan
actividades o tareas que impliquen un trabajo propio y, sobre todo, que permita
al niño tener un papel activo dentro de su proceso de aprendizaje. Todos o casi
todos hemos pasado por la experiencia de alguna clase y algún profesor que
utilizaba este tipo de metodologías y conocemos lo difíciles que pueden llegar
a hacerse simplemente por presentarse así, de forma que es fácilmente
comprensible lo arduo que puede suponer en el caso de un alumno con TDAH, a
quien cualquier otro tipo de distracción le va a suponer un mundo comparado con
una asignatura que tiene poco o ningún atractivo. Recordemos ese “ruido” que
llena la cabeza del TDAH y que le impide poner su foco de atención en aquello
que puede ser más prioritario.
Como sabemos, la emociones condicionan nuestra conducta, a
todos nos cuesta más sentarnos a estudiar para un examen si previamente hemos
discutido con un amigo y estamos enfadados o tristes, o podemos no realizar
algo nuevo por temor a lo que pueda pasar, a lo desconocido. Por ello es vital
saber regular nuestras emociones. En el caso de los TDAH esta regulación “falla”,
pero afortunadamente es posible entrenar esas autoinstrucciones que necesitamos
para controlar y regular las emociones y podemos actuar y comportarnos como
deseamos.
A continuación, y para finalizar, incluyo la “metáfora de
conducir”, aportada por María del Mar Aller García, psicóloga clínica del
centro CEPSICAP de León, e incluida en un resumen de su ponencia “Funcionamiento
Ejecutivo y Autorregulación de las Emociones en el TDAH” de las III Jornadas
ALENHI, publicado en la página web de la Fundación CADAH:
Metafora
de conducir
El lenguaje interno y las autoinstrucciones son necesarios
cuando queremos aprender a hacer una actividad novedosa. Por ejemplo cuando
aprendemos a conducir, al principio necesitamos un profesor a nuestro lado que
nos dirija, nos supervise y nos diga qué y cómo hacer, es decir, sería el
lenguaje externo, instrucciones desde el exterior. A medida que vamos
entrenando y practicando dejamos de necesitar que nos digan que hacer a cada
momento y poco a poco vamos interiorizando los pasos a seguir, es decir, nos
damos nosotros mismos las instrucciones de cómo actuar (lenguaje interno).
Es importante entrenar y enseñar a estos niños a que
generen un lenguaje
interno, para que ellos mismos aprendan a secuenciar los pasos
necesarios ante una tarea, y al mismo tiempo ese lenguaje interno, refuerce y
motive su conducta ("sólo es un paso más", "recuerda que tienes
que seguir bien el órden", "que no se me olvide al final comprobar
que lo he hecho bien", "si hago este pequeño esfuerzo más, conseguiré
lo que quiero".)
Cuando hemos adquirido ese lenguaje interno, que refuerza
y mantiene nuestras acciones, estás se van poco a poco automatizando con la
práctica, hasta convertirse en HÁBITOS (alimentación,
estudiar, recoger su cuarto, es forzarse, seguir las normas, etc.).
Webgrafía:
- www.fundacioncadah.org
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